domingo, 24 de abril de 2011

El fin de una época

Es el título del libro (el último de Iñaki Gabilondo) que me ha "caído" por San Jorge. En mi casa continúan respetándose las tradiciones. Aunque los verdaderos fundamentos que les dieron origen pierdan consistencia y realmente lo hagamos porque siempre lo hemos hecho. ¿Qué sería un Viernes Santo sin guardar vigilia y sin que la abuela "roñara" cuando me ve picando un trozo de jamón? ¿O un domingo como hoy sin la mona de Pascua? A pesar de que ya no sea yo quien la recibe, si no quien la compra para regalársela al sobrino.
Costumbres que nos unen a nuestra tierra y a nuestro entorno y qué merece la pena trasplantarlas de una época a otra.

Por mucho que finalice un periodo, es imposible no arrastrar con nosotros cosas del pasado. Siempre hay "trastos" de los que no somos capaces de desprendernos y que conservamos por si algún día recobran milagrosamente su utilidad. En cambio y por suerte, a los recuerdos que también acarreamos no hay que quitarles el polvo. Las épocas finalizan, pero sus huellas permanecen inevitablemente. Hace unos días, caminando por las ruinas de Belchite fui más que nunca consciente de ello. Por más que los vecinos de la localidad no pusieran especial interés en conservar "el pueblo viejo", la esencia de lo que allí ocurrió en 1937 flota inamovible en el ambiente. Una extraña sensación que se introduce en el cuerpo de quién visita el lugar, de aquel que camina por encima de los cascotes que un día formaron parte de firmes fachadas.
Mi abuela murmuraba: "Es inexplicable el por qué de una guerra. ¡Cuántos destrozos y cuánta miseria!" Pues imagínate, yaya, para mí que no lo viví en primera persona, que es solo parte de la historia atrapada en los libros. Pero, sobre el terreno, la historia parece volverse casi tan real como lamentablemente lo fue.

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